Como formo parte del alma nacional y sobre todo del entinglado artístico de República Dominicana es imposible no sentirme afectada, fuertemente, por la desaparición física de Pachy Carrasco.
Una desaparición que por inesperada, impactó más. Pero no solo por inesperada, es además que la juventud y la brillante carrera de Pachy Carrasco nos parecían ser suficientes motivos para que algo así, la muerte, infalible e implacable, no le afectara, por lo menos no tan rápido. Dejando su carrera trunca, su familia a medio hacer… ¡la vida!
Sin embargo, tal y como dice nuestro amigo y colega Feliz Vinicio Lora, los Accidentes Cerebro Vasculares se llevan año a año un porcentaje tan alto de nuestra población que él no entiende, ni yo, ni nadie, por qué las autoridades no toman cartas en el asunto. La mejor salud es la que se anticipa a la enfermedad, a la crisis. Y los ACV, se pueden combatir desde el conocimiento.
Algo que ha sido notorio en esta muerte de Pachy Carrasco en cómo su bien estar, su buen ser, su solidaridad y su desinterés mercurial le ganaron amigos por montones en el arte, la publicidad, la vida pública y la vida política.
También hay que decir que toda esa simpatía, respeto, admiración y reconocimiento que cosechó fue la siembra natural a una persona que hizo siempre lo que le gustaba con efusividad y pasión.
Pachy Carrasco es la demostración fehaciente de que cualquier papel que desempeñemos en la estructura de un país, de un oficio o de una clase debemos hacerlo como la tarea más grata.
Despedir a Pachy Carrasco fue una tarea en la que todos nos vimos obligados por la fuerza de su cariño, por la validez de su talento y por la  humildad con que se entregó a la música dominicana. Lo hizo siendo líder, siendo parte de otras agrupaciones. No tenía rangos ni le interesaban. Servía a los que lideraban orquestas, proyectos viables y no tan viables y se acomodaba a no ser el principal sin complejos y sin pretensiones.
Porque Pachy fue demasiado Pachy. Demasiado noble, demasiado serio, demasiado sincero, sin poses, sin afectaciones, sin reclamos, sin rencores; fue que la clase artística, periodística y el público en general le sirvió el homenaje más alto.
Porque al final, digo yo, no somos lo que estudiamos, ni los números que nos rankearon, ni los aplausos que acompañaron el arrebato de un momento único e inolvidable. Al despedir a Pachy, no sabemos qué hacer con el artista. Porque a pesar de su talento, de su creatividad, de su disciplina, organización y logros, Pachy el de todos ha sido relevado por un muchacho noble, inteligente, cariñoso, amigo, familia, compañero, artista. Por un muchacho que nunca dejó de reír. Por eso al hablar de Pachy, aunque tengamos los ojos anegados de lágrimas, no podemos olvidar su sonrisa.
Entonces, sonreímos por la vida y por Pachy que reía incluso cuando lloraba. El mundo a nuestros pies podía moverse, pero entonces Pachy sonreía y todos sabíamos que las cosas iban a salir bien… Incluso más después que supimos que alguien prendió en él la llama de la fe y que un mundo de promesas se abre ante él. Amén!!!